En muchas ocasiones, consideramos la escritura como el fruto de algo que denominamos inspiración. Afirmamos que escribimos porque nos sentimos inspirados, porque las ideas parecen fluir hacia la mente, las palabras se deslizan, y nuestros dedos danzan sobre el teclado como si tuvieran voluntad propia.
¿Pero es realmente suficiente la inspiración para escribir? ¿Qué sucede cuando no nos sentimos inspirados?
Si bien es cierto que la inspiración nos brinda la motivación necesaria para abordar la tarea de la escritura, también es verdad que, si no va acompañada de disciplina para organizarnos y persistir en la tarea, podríamos caer en la trampa de dejar de escribir cuando aparentemente no contamos con la inspiración necesaria.
La disciplina nos permite cultivar un hábito a partir del compromiso con la producción de nuestros textos y la gestión de diversos recursos, como el tiempo, la planificación, la dedicación y la persistencia, que nos permitirán continuar escribiendo incluso en momentos en los que la inspiración escasee.
Sin el hábito de la disciplina, caemos en la trampa del bloqueo, una condición en la que consideramos que no poseemos la capacidad para seguir escribiendo. Ello afectará negativamente la producción escrita y nuestra identidad como escritores.
Por tanto, es esencial que cada escritor sepa manejar el equilibrio perfecto entre la inspiración, o la motivación que impulsa su acto de escribir, y la disciplina, o el conjunto de habilidades que le permite persistir en la tarea incluso cuando la inspiración se desvanece.
Este equilibrio se alcanza estableciendo metas claras, como ya mencionamos en otro artículo, y desarrollando hábitos de escritura, también mencionados en otra entrada.
Solo la combinación precisa entre inspiración y disciplina nos ayudará a alcanzar nuestros objetivos de escritura y a concretar nuestra producción textual.
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