Hace unos días, una de nuestras visitantes del canal formuló esta pregunta: “me gustaría saber si debo empezar con una escena para explicar algo que sucederá en el futuro de la historia. Otros dicen que no se debe empezar por un prólogo, ¿qué opinas?” La consulta me pareció tan válida como frecuente, y creo que puede resonar con muchos otros escritores que están comenzando una novela o un cuento y se preguntan: ¿por dónde empiezo?
La respuesta corta es que no hay una única manera única de iniciar una historia. Se puede comenzar con una escena poderosa que nos arroje de lleno al mundo narrativo, o se puede elegir un prólogo bien planteado que siembre el terreno para lo que vendrá después. Ambas opciones son válidas si se utilizan con intención y sentido narrativo. El problema no está en el formato, sino en cómo lo usamos. En este artículo ampliamos sobre este aspecto.
El inicio como puerta de entrada al relato
Cuando nos sentamos a escribir una historia, lo primero que necesitamos es abrir una puerta al lector. Esa puerta tiene que invitar, intrigar, generar preguntas. Desde las primeras líneas, el lector necesita sentir que algo está en juego. Que hay una promesa de historia. Y esa promesa puede articularse de distintas maneras: con una escena que golpea, con una voz narrativa que atrapa, con una imagen poderosa o incluso con un prólogo que anticipa un evento misterioso.
¿Qué es un prólogo y cuándo puede funcionar?
Pero empecemos por el principio: ¿qué es exactamente un prólogo y para qué sirve? El prólogo es una sección previa al capítulo uno, y su función, cuando está bien justificada, es ofrecer información relevante que enriquezca la historia principal. Puede tratarse de un hecho ocurrido mucho tiempo antes de los eventos centrales, una escena desde otro punto de vista, o incluso un momento del futuro que siembra preguntas. Su intención no es explicar todo lo que vendrá, sino aportar una capa más al relato. En ese sentido, un prólogo efectivo no da respuestas: despierta el deseo de seguir leyendo.
El problema surge cuando se usa el prólogo como una excusa para volcar información. Muchos escritores noveles —movidos por la ansiedad de que el lector lo entienda todo desde el principio— llenan esas primeras páginas con descripciones del mundo, la historia política del reino, las reglas de la magia o los antecedentes de cada personaje. El riesgo es claro: en lugar de generar interés, se produce una sobrecarga que abruma o desconecta. El lector necesita involucrarse emocionalmente antes de entender el contexto completo. Primero quiere saber a quién le está ocurriendo algo, y por qué debería importarle. Recién después estará dispuesto a escuchar los detalles.
El poder de comenzar en plena acción
Por otro lado, empezar con una escena poderosa —una escena “in media res”, como suele llamarse— tiene la ventaja de sumergirnos de inmediato en la acción. No necesita explicaciones previas ni justificaciones extensas: nos lanza a un momento específico donde algo ya está sucediendo. Esto no significa que deba ser una escena de combate, una persecución o una tragedia, aunque muchas veces lo sea. Puede tratarse de algo tan simple como una conversación tensa, una situación extraña o una elección difícil. Lo importante es que contenga conflicto, tensión o una promesa de lo que vendrá. Que nos dé un primer bocado de la historia, lo suficientemente sabroso como para querer el plato principal.
Sin embargo, esta estrategia también tiene sus riesgos. Un inicio abrupto, sin anclaje emocional ni claridad narrativa, puede confundir o resultar vacío. Una escena potente no funciona solo por su intensidad: necesita contexto emocional, aunque sea mínimo. Necesitamos entender quién está actuando, qué está en juego, aunque no sepamos todos los detalles.
Cómo elegir la mejor forma de comenzar tu historia
Entonces, ¿cómo decidir cuál es la mejor opción para nuestra historia? La respuesta está en la naturaleza de lo que queremos contar. Algunas historias requieren un prólogo porque hay un hecho anterior que marca el rumbo de todo lo que sigue. Otras se benefician de arrancar con fuerza, sin rodeos. Pero incluso en esos casos, nada nos obliga a elegir de forma definitiva desde el principio. Podemos escribir ambas versiones —una con prólogo, otra sin él— y ver cuál funciona mejor en la relectura. A veces no es hasta que terminamos un primer borrador que entendemos de verdad qué necesita el inicio.
Lo fundamental es evitar dos trampas comunes. La primera, querer explicarlo todo desde la primera página. La segunda, intentar impactar sin sentido. En ambos casos, se pierde la oportunidad de generar una conexión real con el lector. Porque al final, lo que nos mantiene leyendo no es una explosión ni una lección de historia: es el deseo de saber más sobre alguien, sobre algo, sobre un mundo que se nos empieza a revelar.
La verdadera función del comienzo: hacer que el lector quiera seguir
El inicio de una historia no tiene que cargar con todo el peso del relato, pero sí debe funcionar como una llave que nos invite a entrar. Esa llave puede ser un prólogo bien construido o una escena cargada de tensión. Lo importante es que no se sienta forzada, que no sea un atajo ni una trampa. Debe ser coherente con el tono, con el ritmo, con la voz del narrador. Y sobre todo, debe estar viva. Un buen inicio no explica: muestra. No resuelve: plantea. No descarga información: despierta preguntas.
Confía en lo que tu historia necesita
Así que si estás dudando entre un prólogo y una escena potente, no te preocupes demasiado por lo que “se debe” hacer. Pregúntate, más bien, qué necesita tu historia para empezar a latir. Qué puerta quieres abrirle al lector. Y si esa puerta tiene forma de prólogo o de escena impactante, que sea porque elegiste esa forma con intención, con conciencia narrativa, y no por hábito.
Escribir es también aprender a confiar en el ritmo de nuestra historia. A veces eso implica probar, descartar, volver a empezar. Lo que no cambia es el objetivo: lograr que el lector cruce el umbral y no quiera salir.
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